Por Ernesto Montero Acuña

Ancestros
Por lo que dices, Fabio,
un arcángel tu abuelo fue con sus esclavos.
Mi abuelo, en cambio,
fue un diablo con sus amos.
El tuyo murió de un garrotazo.
Al mío, lo colgaron.
N. Guillén

Un solo verso de la Elegía camagüeyana de Nicolás Guillén sirve para reflejar a Cuba en su tránsito por el tiempo, aunque el poeta se haya inspirado más bien en su Camagüey natal, ciudad a propósito de la cual saltan aquellas cinco palabras enfáticas: “héroes no, fondo de historia”.
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Una de las estatuas ancestrales en  la Plaza de El Carmen, Camagüey, realizadas por Marta Jíménez.

 

 

 

Lo mismo podrían aplicarse a Baracoa, Bayamo, Sancti Spíritus, La Habana, Santiago de Cuba o Remedios que a Trinidad, la villa que compele a rememorar aquella frase, aunque sea más que expresión sintética. Con ella se convoca a no ignorar las raíces de todos.
El fondo de esta meditación responde a las celebraciones de los 500 años de la fundación de las villas más antiguas de Cuba, y lo inspira el verso de Guillén, no solo por Camagüey, que lo merece tanto como la que más pudiera ameritarlo, sino porque le corresponde a todas la poblaciones, incluido cualquier villorrio de Cuba.
Puede parecer que se recuerda también una gran injusticia histórica, porque aquellas fundaciones se basaron en el despojo contra los pobladores oriundos y en un crimen enorme contra uno de los componentes étnicos más significativos en la historia del país y en la cultura nacional.
Si se fuera profundamente fiel al verdadero “fondo de historia” se percibiría que a veces aparece enmascarado el triunfo del extremeño inmundo y asesino que fue Vasco Porcallo de Figueroa, como lo fueron también otros oriundos de Extremadura, como Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez, por encima de la débil resistencia autóctona.
El Sermón del Arrepentimiento del Padre las Casas, pronunciado en Sancti Spíritus el 4 de junio de 1514, seguramente, no repara ninguna injustica ni restaña ninguna herida. Ya no era reparable respecto de los indios y nunca lo fue a posteriori en relación con los negros traídos de África, dos tercios de los cuales murieron en el trayecto.
No fueron fundaciones las que se produjeron, sino masacres, como se cometen otras en la historia de hoy, con medios más modernos y objetivos igualmente perversos, pues persiste su naturaleza esencial.
Sobre esto se puede reflexionar con los versos de Nicolás Guillén, el poeta que murió ignorando al menos uno de sus apellidos ancestrales, como ocurre ahora con todos los negros de Cuba y en todos los países donde existió aquel cautiverio que robó su apellido verdadero a tantos millones de esclavos.
Meditar sobre esto, cuando se transita por las redondas y a veces incómodas piedras de las calles trinitarias, conduce a rememorar los más de 500 años del surgimiento de la villa simbiótica, muestrario del pasado y del presente, quizás la única que ha elegido una forma flexible de conmemorar –el segundo domingo de enero- aquella fecha impuesta por las circunstancias de la Historia.

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